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Cultura y Educación

Bariloche fue durante décadas un pueblito de tablas y tejuelas

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Recién en 1911 se levantó la primera edificación en ladrillos, pero de 200 casas que había en 1917, solo era de material el almacén general de una casa comercial.

La primera versión de la Escuela 16 en 1908 íntegramente en madera. Archivo Visual Patagónico.

Aunque las condiciones sean otras en el presente, pareciera que la historia tiende a repetirse: los precios de la madera en Bariloche eran exorbitantes en las dos primeras décadas del siglo XX porque en la práctica dos grandes compañías se repartían el mercado. Para complicar más las cosas las distancias hacían muy oneroso construir con otros materiales, a tal punto que recién en 1911 se finalizó la primera edificación que se valió de ladrillos. No obstante, durante varios años esa construcción fue una rareza.

La actividad maderera es tan antigua como la población no indígena del Nahuel Huapi. “La explotación forestal en el Gran Lago tuvo a su favor la abundancia de masa boscosa, que incluía especies maderables como cipreses, coihues, alerces, radales y lengas; aunque estas especies no superaban en su conjunto el 15 por ciento del total del bosque; el resto útil se empelaba para leña o para usos menores”.

Afirma la historiadora Laura Méndez que “también favoreció su desarrollo la existencia de un mercado dinámico demandante de esta materia prima -Bariloche y su zona de influencia- y el múltiple uso que se le daba, sobre todo para la construcción de viviendas. Las extracciones principales eran de bosques de ciprés de la península San Pedro, la isla Victoria, el lago Correntoso y brazo Machete en el Nahuel Huapi. El trabajo era artesanal, empleando técnicas manuales”.

La investigadora incluyó estas observaciones en “Estado, frontera y turismo. Historia de San Carlos de Bariloche” (Prometeo Libros – 2010). Las problemáticas relacionadas también son de larga data: “a principios del siglo XX se observaron las primeras dificultades derivadas de las concesiones otorgadas por el Ministerio de Agricultura para la explotación de los bosques nativos de la zona del Nahuel Huapi”.

Es que “de acuerdo con la Ley Orgánica de los Territorios Nacionales, el gobernador debía velar por la conservación de los mismos, vigilando el cumplimiento de los contratos firmados por los peticionarios. Sin embargo, las concesiones otorgadas en Buenos Aires y la distancia con Viedma hacían inaplicables tales controles, y los gobernadores se declaraban incompetentes en la materia, quedando la tarea en Bariloche en manos del juez de paz a partir de 1897”. ¿Suena familiar la trama?

La casa de comercio de la Chile-Argentina alrededor de 1908. La empresa conformó un duopolio con Anchorena en el mercado de la madera. Archivo Visual Patagónico.

Así las cosas, “en 1899, Luis Pefaure, entonces juez de Paz del Nahuel Huapi, informó al gobernador Eugenio Tello sobre el pedido de autorización para la tala de madera en los bosques fiscales de los colonos próximos al campamento militar. Esta solicitud contravenía las disposiciones vigentes, que prohibían el comercio de madera en tierras de propiedad del Estado, pero Pefaure sostuvo que resultaba lógico que un grupo de expertos se dedicara a la tala -por ser ésta una tarea muy compleja- y vendieran las maderas para que los colonos las emplearan en sus construcciones particulares”.

Al margen de la ley

Para Pefaure “admitir esta práctica sería […] un atractivo para al asentamiento en el sur sin producir ningún impacto ambiental de la actividad, debido a la cantidad reducida de la tala, en contraste con la abundancia de la materia prima”. Evidentemente primó su criterio, porque “autorizada esta práctica, se conformó un grupo de profesionales especializados en la tala y comercialización de madera de los bosques fiscales, a la vez que se comenzaron a centralizar las operaciones vinculadas a este recurso en los terrenos de la Colonia Agrícola y Pastoril, abasteciendo a un amplio mercado regional”.

Hubo un primer intento empresarial que fracasó rotundamente, porque “ya a fines del siglo XIX Jarred Jones y sus socios intentaron explotar el bosque cordillerano, fletando la madera hacia Buenos Aires por vía acuática a través de balsas que partirían de la naciente del Limay, guiadas por botes. En Neuquén se las juntaba y hacían balsas más grandes, las que llegaban a Carmen de Patagones a través un vaporcito por el río Negro y desde allí a Buenos Aires. Las dificultades fueron tantas, sobre todo debido a lo correntoso de los ríos, la cantidad de bajos e islas y los robos de madera durante la travesía, que se abandonó la iniciativa”.

Rápidamente se dieron mecanismos de concentración: “el mercado regional de la madera estuvo controlado en las dos primeras décadas del siglo XX por dos grandes firmas. En enero de 1907 el funcionario inspector Jorge Gelate advirtió al entonces ministro de Agricultura sobre los precios exorbitantes de la madera producto del duopolio en mano de la Sociedad Comercial y Ganadera Chile-Argentina y del Señor Aaron Anchorena, radicado en Isla Victoria”, destaca la investigación de Méndez.

“Para romper con esto”, el enviado de Nación “propuso flexibilizar el corte de madera, lo que abarataría los precios y permitiría a los colonos que adquirían terrenos pagar las tareas de desmonte con la venta de madera que talaran para el posterior sembrado”. Por entonces, “la madera se utilizaba para viviendas, corrales, cercos, puentes, rieles, embarcaciones, durmientes, moblaje” y un largo etcétera.

Recién en la segunda década del siglo XX el pueblo amagó con dejar atrás la madera, pero fue apenas un ademán. “Sólo en 1911 se inauguró en San Carlos de Bariloche el almacén de ramos generales de la firma Lahusen, primer edificio construido en ladrillo entre un total de 200 construcciones, todas de madera. En 1917, según la inspección de tierras de ese año, San Carlos de Bariloche constaba de 9 manzanas y 1.300 habitantes”.

En este caso, fue el inspector José de Vedia quien observó que “las construcciones de este pueblo y colonias son de madera pues es imposible la construcción con material cocido, puesto que éste reviste estabilidad y dada la distancia a que se encuentra el ferrocarril y los precios exorbitantes que cobran por su flete y acarreo. Además, encontrándose en dicha región, tantas clases de madera, que han puesto a prueba su resistencia contra las grandes nevazones y heladas, propias de la región”. Por 15 o 20 años más, Bariloche fue sobre todo un pueblito de tablones y tejuelas.