Cultura y Educación
¿Desde cuándo se usa la Ruta 237 para unir Bariloche con Neuquén?
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hace 4 semanasel
Hasta bien entrado el siglo XX, el transporte automotor se valía de otras rutas para llegar hasta la capital de la vecina provincia. Recién a mediados de los 70 se pavimentó en su integridad la que se transita en el presente.
Antiguo desvío a Villa La Angostura/Correntoso y Traful/San Martín de los Andes. Nahuel Huapi (1943). Archivo Visual Patagónico.
Probablemente sufra alguna congestión al término de los feriados de Semana Santa. La Ruta Nacional 237 une a Bariloche con Neuquén y también canaliza el tránsito de quienes provienen del resto del Valle o el norte. Pero no siempre fue así. Hasta bien entrado el siglo XX, automóviles iban y venían de Bariloche por trazados que perdían de vista al río Limay y se adentraban en las profundidades de la estepa rionegrina. Hay valiosos testimonios al respecto.
Para 1916, Pilcaniyeu quizás experimentara más movimiento que en la actualidad. Por entonces, era encrucijada de los caminos que vinculaban el Nahuel Huapi con la capital de la vecina provincia -por entonces Territorio Nacional- y también recibía tráfico desde Esquel y el Valle del Chubut. Dejó constancia de esa efervescencia Ada María Elflein, quien, después de conocer esta ciudad, inició su regreso hacia Buenos Aires a bordo de un Mercedes.
El coche había partido temprano y “a mediodía llegamos al pueblo de Pilcaniyen (sic) empalme de las líneas de automóviles entre Neuquén, Bariloche, 16 de Octubre (Esquel) y Chubut”, puntualizó la periodista, que se convirtió en una de las primeras cronistas viajeras. “Está asentado en el fondo de un valle rodeado de tétricas sierras rojas, erizadas de matas y de pasto duro y dispuestas en anfiteatro”.
La arquitectura que a comienzos del siglo pasado caracterizaba a Bariloche dejaba de advertirse al comienzo de la futura Línea Sur. “Ya no vemos aquí las graciosas construcciones de madera de la frontera chilena. Todos los edificios son de adobe enlucido; y no hay nada más triste que el blanco crudo de la cal contra ese cielo de desierto, azul y duro como una cúpula de cobalto”, opinó la escritora.
“El tráfico de pasajeros que van y vienen en los automóviles, constituye otro elemento de vida”, observó Ada María, porque “mientras almorzábamos, llegó el coche del Chubut con numerosos viajeros”. Calculamos que se refería a las poblaciones del valle del río Chubut, porque consignó que “los que seguían para Bariloche o 16 de Octubre (denominación primera de Esquel) debían esperar en Pilcaniyen la combinación”. En tanto, “los que se dirigían a Neuquén partieron una hora después en el mismo coche en que habían llegado”.
Autos que unían Bariloche con Neuquén en 1916.
Después de la pausa, la viajera, sus compañeras y compañeros continuaron hacia Comallo. “Aquí y allá veíamos casas de comercio; algún rancho miserable; construcciones de adobe con muros sin vanos, como fortalezas: un alfalfar color esmeralda en el marco gris del arenal y sobre el que revoloteaban millares de gorriones”. Un rato “antes de llegar a Cumallo (sic) atravesó la máquina (el automóvil) un vasto juncal completamente liso donde se lanzó a toda velocidad por la huella recta, sintiendo al parecer, como nosotros, el acicate del vértigo”, celebró.
Ripio y estepa
Después del poblado, el vehículo torció hacia el norte por la que hoy sería la Ruta Provincial 67 y horas más tarde “llegamos al poblado de Laguna Blanca, donde en grupos interesantes vimos perfiles caucásicos y bronceados rostros indígenas”, resaltó. Ada María escribía por entonces para diarios capitalinos y mucho tiempo después, sus palabras se reunieron en el libro “Impresiones de viajes” (Los Lápices Editora-2018), nuestra fuente.
Decididamente en la estepa, “nuestro destino aquella noche era Mencué, punto del cual nos separaban, al decir del chauffeur, ‘unas cuantas leguas’. Sabíamos ya por experiencia, que ‘unas cuantas’ podía significar lo mismo cinco que diez; en este caso, se acercaban más a diez que a cinco”. En la actualidad, entre ambas localidades, hay algo menos de 40 kilómetros.
Su descripción se torna casi poética para describir las formas que circundan la ruta y luego, “seguimos por cuestas y curvas, acariciadas por la brisa inefablemente pura de la noche serrana, hasta que vimos brillar en el tenue crepúsculo lunar que llenaba el fondo del valle las luces de Mencué”. Era donde estaba prevista la etapa para esa jornada, que había arrancado precisamente en Pilca, después del mediodía.
El viaje se reanudó a las 7:30 de la mañana siguiente: “El paisaje se tornaba cada vez más árido y melancólico; se sentía la proximidad de la travesía. Sin embargo, hay bastante población: casas de comercio, propiedad de turcos, italianos y españoles, ranchos o casuchas grises, plantados en el medio del erial como bloques erráticos, sin motivo aparente para no hallarse cien metros más arriba o doscientos más abajo”.
Nuestra colega describió con pesadumbre el panorama: “Un corralito, un pozo y unas cuantas estacas clavadas en el suelo, abrumadores en su melancolía y desnudez, que ni una ramita ni una enredadera, ni hortaliza, ni florecilla negra con su frescura. ¡Cuán lejos estamos de los lagos!”, extrañó. No obstante, tuvo la chance de probar “agua mineral en una fuente” que, según entendió, se llamaba “Aguada Goodman o Gutmann o Guzmán”. Después de unas cuantas horas más sin alternativas desagradables, el Mercedes volvió a cruzar el Limay a la altura de Plottier para finalmente, estacionar en calles neuquinas.
En nuestros días, la Ruta Nacional 237 discurre por el sudeste de la vecina provincia y une la Ruta Nacional 22 con la 40 en el paraje Corral de Piedra, luego de transcurrir por 361 kilómetros. Antes también se consideraban tramos suyos los caminos que conducen hacia el Paso Internacional Pérez Rosales, en el límite con Chile. Su trazado actual se terminó de concretar en 1969, cuando se finalizaron los 48 kilómetros que median entre Arroyo Carbón y Arroyo Corral, desde ahí hasta el Limay y desde el río hasta Bariloche.
Sin embargo, como una proporción importante de su recorrido permanecía sin pavimentar, los automovilistas que venían de Buenos Aires o Neuquén preferían ir hasta Zapala por la 22, para luego tomar la 40 y descender en dirección sur. El pavimento recién se finalizó a mediados de la década de 1970, pero hubo que esperar bastante más para que adquiriera la fisonomía que ofrece hoy, ya que ante la construcción del embalse de Alicura (1985) hubo que cambiar la traza entre la Pampa de ese nombre y Confluencia (Traful). Todavía puede resultar largo el viaje, pero nunca tanto como en los tiempos de Ada María Elflein.
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