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Cultura y Educación

Dos contribuciones de mujeres sabias que no deberían faltar en mochila alguna

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Se titulan “Flores de la Patagonia” y “Plantas nativas de la Patagonia”. Décadas de conocimientos ilustrados de gran manera y escritos pedagógicamente. Editó en ambos casos Artemisa.

Las autoras.

Los dos derrochan color a través de fotografías muy cuidadas y exhiben una atractiva edición. Los dos tienen como autoras a otras tantas vecinas de esta ciudad, cada una comprometida a su manera con aspectos muy entrañables de la naturaleza, pero hasta los títulos se parecen. Marcela Ferreyra acaba de lanzar “Flores de la Patagonia” y Sara Itkin hizo lo propio semanas atrás con “Plantas nativas de la Patagonia”. No por nada los dos libros fueron publicados por la misma editorial: Artemisa.

La bióloga y la médica compartieron una instancia de presentación conjunta el último sábado en dependencias de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), aunque Sara ya había dado a conocer su obra un tiempito antes en Cervecería Patagonia, donde tiene a su cuidado precisamente un jardín de nativas. Sin embargo, el diálogo entre ambas publicaciones es tan estrecho y evidente que un espacio común era predecible.

El trabajo de Marcela es bilingüe, ya que incluye traducciones al inglés. Antes de enumerar y describir la multitud de flores que se extiende por más de 100 páginas, la autora se tomó el trabajo de incluir una introducción para quienes somos legos en la materia, en cuyos párrafos aclara que “no son todas iguales. Desde su humilde origen, cuando eran aparentemente más sencillas, y a lo largo de millones de años de evolución, han desarrollado un universo de modelos y variaciones al patrón presentado”.

En ese marco, “hay flores desnudas, esto es sin cáliz ni corola, flores con cáliz coloreado, flores con corolas simples o muy elaboradas, flores que sólo llevan pistilos y flores que sólo tienen estambres, por mencionar algunos ejemplos”. También hay que considerar que “algunas especies producen flores muy pequeñas dispuestas en arreglos, llamados inflorescencias, que resultan sumamente vistosos.

En la presentación del último sábado junto con Mabel Chrestia, subsecretaria de Extensión de la UNRN; Javier Puntieri, director de la Escuela de Producción Agropecuaria y Tecnología Ambiental de la misma universidad; la cantora mapuche Anahí Mariluan y Diego Aguiar, vicerrector de la Sede Andina de la UNRN.

Ocurre que “en algunos casos estos grupos lucen como una sola flor grande, pero si se las observa en detalle se puede ver la multitud de flores en el conjunto”, enseña el texto de la bióloga. Entonces, “a lo largo de estas páginas se intenta mostrar la diversidad de flores de especies de plantas nativas de los distintos ambientes de Patagonia. Como podrán apreciar, existe un abanico de formas, colores y nivel de complejidad en las mismas. Lamentablemente no es posible transmitir las fragancias y las texturas, que también aportan un toque singular a cada especie”, les dice a sus lectores/as. Para olerlas y tocarlas apenas, hace falta salir a caminar.

Ayudan a ganar salud

Es una costumbre que precisamente tiene Sara Itkin, aunque su recorte es otro. Hace décadas que la vecina de Villa Los Coihues pregona donde sea que “desde los albores de la humanidad, las plantas nos ayudan a ganar salud. Las mujeres y los hombres primitivos aprendieron a sanarse con plantas por instinto e imitando a los animales. El saber sobre las plantas nativas de la Patagonia se transmitió de boca en boca y, aún en el presente, aunque cada vez menos frecuente la transmisión oral, sigue manteniéndose”.

A punto de superar el primer cuarto del siglo XXI, “a la sabiduría ancestral se le suman los estudios bioquímicos de las plantas que validan y amplían ese conocimiento tan rico. Hoy se sabe el valor antioxidante y nutricional de los frutos nativos como maqui, calafate, uñi, entre varios, que los antiguos habitantes de estas tierras consumían frescos, disecaban o fermentaban para ganar salud”.

Las mencionadas son apenas unas pocas entre las casi 90 que Sara aborda en su obra. Agrupó a las protagonistas en Árboles, Arbustos y subarbustos, Hierbas, Plantas trepadoras y epífitas y, por último, pero nunca menos importantes, Helechos y equisetos. En cambio, Marcela las diferenció por criterios más a la vista: rojas, anaranjadas a amarillo anaranjado, marrones a cobrizas, amarillas, amarillas a verdosas, rosas a rosadas, violetas-lilas-azuladas, blancas-crema y negruzcas.

Por ejemplo, entre las rojas menciona al taique, que en términos científicos se llama desfontainia spinosa (Columelliaceae). Pertenece a un arbusto del bosque que se localiza desde Neuquén a Tierra del Fuego y desde ya, también en Chile. La floración se produce en verano. Otro bien conocido entre nosotros es el notro o ciruelillo, que también se denomina embothrium coccineum (Proteaceae). Forma parte de un arbolito o arbusto, su ámbito de extensión es similar al anterior, aunque florece en la primavera tardía o en el verano. Y con ese esquema la especialista abordó una multitud de flores, que además fotografió en su gran mayoría.

En la contribución de Sara también las descripciones son un tanto más extensas y desde ya, enfatiza en las respectivas aplicaciones medicinales. Por ejemplo, en el caso del arrayán, enseña la médica que “haciendo gárgaras y buches con infusión de sus hojas sana inflamaciones en la garganta y encías, y bebiéndola trae alivio en bronquitis y asma”. Además, “ingiriendo la decocción de su corteza calma diarreas”, entre otras posibles utilizaciones.

“Plantas nativas de la Patagonia” incluye además la denominación de mapuzungun (lengua mapuche), junto con la popular y la científica de cada especie. Con las imágenes de sus diversos segmentos -corteza, tallo, hojas, flores o frutos- la autora incluyó breves indicaciones para su cultivo. En definitiva, dos enormes contribuciones de mujeres sabias que no deberían faltar en la mochila de caminante alguno.