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hace 4 semanasel
Era un secreto a voces para el que todos los partidos de Irlanda llevaban semanas preparándose. El primer ministro, Simon Harris (Taoiseach, el término celta con que se denomina el cargo), ha confirmado su intención de adelantar las elecciones generales al 29 de noviembre. El líder del Fine Gael (social liberal), que comparte coalición de gobierno con el partido rival conservador Fianna Fáil ha esperado a la aprobación de unos presupuestos que pretenden ser generosos tanto en alivio fiscal como en inversión pública, para acelerar una convocatoria a las urnas que debía celebrarse en marzo del año que viene.
“No quería comenzar a llamar a la puerta de los votantes hasta que la bajada de impuestos se hubiera trasladado a la ley. Ahora nos queda un trabajo importante que llevar a cabo tanto en el Congreso como en el Senado”, ha dicho Harris a la cadena pública RTÉ, de camino a la Cumbre Política Europea que se celebra este jueves en Budapest.
Las especulaciones y rumores en torno a un adelanto electoral comenzaron a agitarse el pasado verano, después de unos sorprendentes resultados en las elecciones al Parlamento Europeo, el 6 de junio. El Sinn Féin, la formación considerada durante décadas el brazo político del IRA, obtuvo unos resultados mediocres, con menos del 12% de los votos. Todo sugería que el partido, que se había mantenido en la cresta de la ola desde 2020, comenzaba a desinflarse.
Si entonces las dos organizaciones políticas históricas de Irlanda, el Fianna Fáil y el Fine Gael (dos ramas del mismo árbol nacionalista surgido hace más de un siglo, una más social-conservadora, la otra conservadora a secas), tuvieron que coaligarse para frenar al Sinn Féin, hoy respiran más tranquilas. La formación que supo renovar la abogada dublinesa Mary Lou McDonald, heredera del histórico Gerry Adams, se encuentra hoy inmersa en una serie de escándalos y luchas internas que amenazan con hundirla. Acosos sexuales por parte de figuras políticas y de personal relevante del partido, que intentaron ocultarse durante años, o fricciones a la hora de abordar el nuevo fenómeno de la inmigración irregular que también ha desbordado a Irlanda, y promete ser uno de los asuntos más debatidos de la campaña electoral.
El primer ministro Harris, mientras tanto, ha visto cómo las encuestas reflejaban una subida de su popularidad, con un nivel de aceptación que entre mayo y septiembre aumentó hasta el 55% de la ciudadanía (una subida del 17%).
Si el Sinn Féin logró un respaldo masivo, sobre todo entre los jóvenes, por su promesa de poner solución a la crisis de la vivienda —que en Irlanda se produjo antes, y de modo más grave, que en el resto de Europa—, hoy ese cartucho ya está gastado. Todos los partidos sitúan ese problema como la principal prioridad de sus agendas.
Los presupuestos recién aprobados recogen un superávit, engordado por los 14.000 millones de euros en impuestos que la justicia europea ha obligado a pagar al gigante tecnológico Apple, que el Gobierno irlandés ha comprometido ya para remediar la escasez de vivienda.
Las encuestas sugieren una repetición de la actual coalición de gobierno, que además del Fine Gael y el Fianna Fáil, ha incorporado a los Verdes para consolidar la mayoría parlamentaria. Los votantes irlandeses no tienen ganas de cambios drásticos, indican los sondeos. Mucho menos después de la confirmación de que Donald Trump será el presidente de Estados Unidos. Si hay un país en la UE donde las políticas comerciales decididas por Washington inciden más que en cualquier otro, ese es Irlanda. La posibilidad sugerida por el presidente electo de incrementar los aranceles, también a los productos europeos, inquieta a un país que tiene una intensa relación de intercambio con Estados Unidos, y al que afectan sobremanera los vaivenes económicos de la principal potencia del mundo. Apple, Google, Meta…los principales gigantes tecnológicos estadounidenses usan Irlanda como su base europea de operaciones.
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