Por razones de fuerza mayor, Mary Graham tuvo que afincarse en Valparaíso durante nueve meses. Conoció a O’Higgins y a Lord Cochrane, entre otros protagonistas de la época. Y escribió un meticuloso diario de su permanencia.
Carnes de buey, cordero y cerdo, además de una variedad considerable de pescados con el congrio como plato sobresaliente y el también atractivo pez gallo. Obviamente, locos y jaibas más las ostras que podían llegar desde el sur. Tales eran los atractivos culinarios en Chile al principiar su camino hacia la Independencia, según las anotaciones de una metódica observadora británica contemporánea a las campañas de O’Higgins y San Martín.
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Fue el infortunio lo que condujo a Mary Graham pasar una temporada en el país vecino, más precisamente en Valparaíso. En 1809, un año antes de las revoluciones americanas se había casado con Thomas Graham, un capitán de la Marina Real. En 1821, al emprender un viaje por América del Sur, el marino perdió la vida a la altura del Cabo de Hornos y fue sepultado en abril de 1822 en la ciudad portuaria. Como consecuencia de su inesperada viudez, María Calcott o Lady Calcott -como más se la conoce en la actualidad- permaneció un tiempo a orillas del Pacífico y muy cerca de Santiago, a tal punto que trabó amistad con el propio O’Higgins y también con el polémico Lord Cochrane.
Su estadía se estiró por nueve meses, durante los cuales desplegó tareas de cronista, pintora, dibujante e historiadora. Resultado de sus apreciaciones fue “Diario de una residencia en Chile”, que se publicó en Gran Bretaña en 1824, el mismo año en que se libró la decisiva batalla de Ayacucho, pero cuando todavía continuaba en el sur de Chile la así llamada Guerra a Muerte, con influencia en el norte de la Patagonia y en la frontera bonaerense.
De esa obra tomamos sus anotaciones en cuanto a las costumbres gastronómicas del vecino país, que el 18 de septiembre conmemora su fecha patria. Simplemente modificamos la ortografía del castellano que se utilizaba al momento de su traducción, para facilitar la lectura: “en cuanto al mercado, no se ve en él la carne muy a menudo, por estar el matadero fuera de la ciudad”.
El recinto estaba en un sitio al que se conocía como El Almendral, “desde donde se conducen las reses beneficiadas a las carnicerías, a lomo de caballo o en carreta”, consignó la dama inglesa. “Las carnes de buey, de cordero y de chancho son todas excelentes, pero el burdo método de cortarlas ofende la vista y el gusto de un inglés”, admitió. En fechas tan tempranas, “unos cuantos ingleses, sin embargo, han establecido carnicerías, donde también se prepara carne salada, y uno de ellos ha hecho fundir últimamente bujías tan finas como las de Inglaterra, lo que es un positivo beneficio para el país. Las bujías comunes son verdaderamente desagradables y costosas, hechas con sebo sin refinar ni blanquear y con mechas groseras”, cuestionaba la europea.
Se ve que Lady Calcott no estuvo muy a gusto en Valparaíso porque “el mercado de pescado se surte con mucha deficiencia, por desidia, se me ocurre, porque el pescado es abundante y de excelente calidad”, admitió. “Hay algunos muy delicados, y uno de ellos, el congrio es tan agradable como la mejor trucha-salmón, a cuyo gusto se asemeja; pero la carne es blanca, el pescado es largo, muy achatado hacia la cola y cubierto con una piel marmolada de bellos colores blanco y rojo”.
La oriunda de Papcastle también constató que “hay varias clases de excelentes pescados que los habitantes secan lo mismo que los pescadores del Devonshire (hoy simplemente Devon), siéndome desconocidos sus nombres tanto indígenas como ingleses”, admitió. “Hay uno que, comido fresco, es tan bueno como el pez gallo, al que se parece mucho exteriormente, pero que, pasadas unas cuantas horas, ya no se puede comer”.
Ya 200 años atrás la gastronomía chilena se caracterizaba por sus atributos del presente. “Los mariscos son variados y mui buenos, particularmente una variedad muy abundante, llamada loco y unas jaibas admirables, de forma redonda. De las provincias del sur se trae con frecuencia una abundante variedad de ostras, y las rocas de Quinteros proporcionan el pico (¿picoroco?), que es el marisco más delicado, sin excepción, que he probado”.
Para matizar las carnes de origen rural o marino, encontró la escritora que “las legumbres y frutas del mercado de Valparaíso son excelentes en su clase; pero el estado de atraso en que se halla aquí la horticultura, como tantas otras cosas, hace que dejen mucho que desear”, cuestionó con eurocentrismo típico. “Aquí las frutas se dan a pesar del descuido con que se las trata, y aun cuando no estamos en la estación de las frutas frescas o verdes, las manzanas, las peras y las uvas, los duraznos y las cerezas secas, los higos y la abundancia de naranjas, limones y membrillos, prueban que solo hace falta el cultivo para mejorar todas las frutas a perfección”, recomendaba. Tal vez la sugerencia no tuvo en cuenta que aún en 1822, el enemigo realista estaba a un par de galopes desde el sur de la capital trasandina.