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Cultura y Educación

Escritor barilochense ganó relevante certamen en Mendoza

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Hizo sus primeras armas periodísticas en un extinto diario de esta ciudad y años después, escribió Policiales para El Cordillerano. En la actualidad trabaja para Los Andes en la provincia cuyana.

Pfaab encontró más reconocimientos en Mendoza que en su pueblo.

Se sentó por primera vez frente a una computadora con finalidades periodísticas en la redacción del extinto Diario Bariloche. Porque no quedaba nadie más arriba en la jerarquía, el que firma hacía las veces de editor. No recuerdo por qué vestía traje, porque en esta ciudad ningún periodista se ataviaba de esa manera a mediados de los 90. La cuestión es que de su golpeteo un tanto torpe en el teclado, salían unas maravillosas aguafuertes que merecían mejor destino. No tengo clara toda su cronología, pero creo que después estuvo un tiempo en Buenos Aires y cuando retornó, agarró esa brasa caliente que siempre es la Sección Policiales de El Cordillerano, pero, en síntesis, el periodismo del lugar donde nació nunca fue generoso con su manera de entender el laburo. Otras cuestiones de la vida mediante volvió a migrar, esta vez en dirección a Mendoza. Ahora integra el plantel de Los Andes y días atrás, fue noticia porque ganó el Premio Vendimia de No Ficción 2024.

Treinta años después de aquel ingreso en su primer diario, Enrique Pfaab parece igual de flaco, aunque ahora luce un poco de barba y como todos nosotros, canas. El libro que obtuvo el galardón en el certamen cuyano se titula “Si preguntan por mí” y se aleja un tanto de la estricta crónica periodística para precisamente, recrear aquel espíritu de aguafuerte con que alcanzó a brillar en aquel medio más bien opaco. Además, contiene estampas inconfundiblemente barilochenses, como la que sigue:

Cinco minutos

Mi viejo siempre se levantaba temprano. Prendía el fuego, calentaba el agua y se ponía a matear sentado al lado de la cocina a leña. De grande me di cuenta que su madrugar tenía relación con la necesidad del silencio y la reflexión en soledad.

Al mediodía, después de preparar el almuerzo y comer, el cansancio lo vencía. Pero, por alguna razón, no se permitía dormir siestas largas. Anunciaba que se tiraría “cinco minutos” (lo decía en alemán, fünf minuten decía) y se desmayaba en la cama. Con mi hermano deseábamos que ese descanso se estirara. Era nuestra posibilidad de jugar, de hacer lo que se nos diera la gana porque después había que trabajar.

Sin embargo, mi viejo se despertaba a los cinco minutos, quizás a los diez con mucha suerte. Se levantaba de un salto, casi siempre malhumorado por haber perdido tanto tiempo, por haberse dado el permiso del descanso. Nosotros pagábamos el precio. Y el cansancio aparecía otra vez a la noche, nunca muy tarde. A las diez, después de la cena, otra vez sentado junto a la cocina a leña y con un vaso de vino templándose arriba de ella, cabeceaba y se quedaba dormido.

Nunca se iba a la cama antes que nosotros. Era otro rato de soledad y, de paso, no lo veíamos derrumbarse. Heredé ese reproche hacia el descanso. Lucho con él, pero fracaso. Durante mucho tiempo, creo que hasta que murió, sólo conservé el recuerdo de su malhumor después de la siesta de cinco minutos. Ahora puedo analizar otras cosas, pero ya es tarde.

Hasta ahí el texto de Enrique. Por mi parte, supe saludar a su padre antes de conocer al hijo. También usaba un traje gris, pero sin corbata y era considerablemente alto. Solía encontrarlo en la parada de Moreno, cuando todavía una extensión de la manzana estaba sin construir y se alzaban unos cuantos álamos que bisbiseaban cuando había viento. Pensaba que su imagen no tenía nada que ver con el estereotipo del alemán barilochense. No parecía sobrarle nada. El texto de Enrique confirma que ni tiempo para el descanso le sobraba.

Antes del que ganó, nuestro compañero publicó varios libros. Una vez me dijo que a “Hipólito Bouchard, el libertador de los mares” lo escribió por encargo, junto con otros títulos históricos más entroncados con la historia mendocina. En las declaraciones que reprodujo Los Andes, explicó que “El ánima parada” en cambio, “juega un poco con esas historias medio fantásticas que circulan en los pueblos, relatos que se van transformando en leyenda de a poco”.

No obstante, “mi obra principalmente siempre estuvo sujeta a la realidad, me considero un escritor realista. Con Si preguntan por mí, en cambio, me permito escapar, salirme del periodismo, jugar un poco más, ser más intimista. y liberarme de todo lo anterior que he escrito, por lo menos de lo publicado”, aclaró. El reciente logro tampoco es el primero que alcanza Enrique en el ámbito literario.

“Yo había ganado hace dos años el Premio Vendimia en la categoría Crónica. Ahora la han rebautizado como No Ficción. Entonces me cuestioné si valía la pena presentarme con un trabajo para la misma categoría que hace dos años, pero como estos textos no tienen nada que ver con la crónica y para mí representan una experiencia nueva, me presenté pensando en ver si esto funciona y también en que estaría bueno tener una edición papel. No tengo espalda como para hacerlo por mi cuenta, así que pensé que, si ganaba, podría imprimir ejemplares de este libro, que a mí me gusta y que, como lo digo por ahí en el prólogo, es como que para que mis hijas algún día puedan contar quién fue su padre”. Por aquí, algunos ya sabíamos quién eras Enrique. Igual, ojalá el libro alcance a distribuirse en la ciudad donde naciste.