Cultura y Educación
La primera capilla de Bariloche tuvo que sortear un laberinto burocrático para edificarse
Entre que se anheló levantar una iglesia y su finalización, mediaron casi tres años. El gobierno del Territorio Nacional ni siquiera respondía los telegramas de los feligreses. Ni los curas se salvaron del afán capitalista.
La iglesia alrededor de 1915. Colección Capraro en Archivo Visual Patagónico.
La construcción de la primera iglesia de Bariloche no pudo escapar al intríngulis burocrático que por entonces caracterizaba al gobierno del Territorio Nacional de Río Negro y menos aún, a la especulación empresaria que vio en las sucesivas postergaciones una chance de mejorar rentabilidad. Casi tres años se demoró en llevar a buen puerto la tarea, que tuvo como incansable impulsor al sacerdote Zacarías Genghini. En realidad, el religioso tenía como base de operaciones otra localidad cordillerana y llegó aquí por primera vez en 1905 en plan misional.
Parte de sus memorias están reproducidas en el libro “Patiru Domingo. La cruz en el ocaso mapuche” (Artes Gráficas del Colegio San José – 1964), obra del historiador eclesiástico Pascual Paesa. Según consignó el propio Genghini -cuyo apellido da nombre a una calle de esta ciudad- “el día 2 de marzo llegaba a Bariloche y el 4 se dio principio a una Misión. Durante 8 días administré sin interrupción el Bautismo y la Confirmación, y un crecido número de personas, entre ellos numerosos indios chilenos, se acercaron a los S. Sacramentos, cumpliendo con el precepto pascual. El 18 bendije el Cementerio y el 19 se reunieron los vecinos y formaron dos Comisión Pro-Templo”.
Integraron esas comisiones, por un lado, Luis Horn (presidente); el capitán Víctor Brunetta y Carlos Roeschman (vicepresidentes). Por el otro, Ubaldina de Alanís (presidenta) y Albina de Giovanelli (secretaria). “El muy digno Gobernador D. Eugenio Tello, prometió además su cooperación”, añadió por su parte Paesa. En cuanto a su colega Zacarías, “como determinara continuar la Misión por la campaña (es decir, por parajes rurales), el 20 emprendí viaje a Pichileufu. Las familias en su mayor parte indígenas acudieron solícitamente al paso del sacerdote”, anotó precisamente el religioso.
“Después recorrí el Carrhué (toponimia que cayó en desuso) y las costas de Comallo, administrando en todas partes los S. Sacramentos. El 6 de abril recibí la noticia de la venida del Sr. Gobernador D. Félix O. Cordero y volví apresuradamente a Bariloche para entrevistarme con él. Un acta del 13 de ese mes consigna: 1° se anuncia a S.E. el Sr. Gobernador, haber sido nombrado Presidente Honorario de la Comisión, cargo que acepta haciendo votos por tan plausible idea de construir una Iglesia que llevará al adelanto el pueblo de S. Carlos de Bariloche”.
La manzana 36
Casi un año después de pensarse en su construcción, un acta de la Comisión Pro-Templo consignó: “En atención a una carta del Sr. Ing. Schieroni se determinó nombrar al P. Zacarías Genghini en Comisión para que se apersone al Sr. Ingeniero, para presentarle la solicitud del solar A, manzana 36 y recabar el correspondiente permiso para empezar la construcción”. El profesional en cuestión recibió el encargo de trazar la delineación supuestamente definitiva del incipiente poblado.
La Inmaculada Concepción en el invierno de 1920.
A fines de 1906, año en que se practicó esa tarea de mensura, la Comisión todavía tenía necesidad de telegrafiar al “jefe de Tierras y Colonias, Ingeniero Pico”. El telegrama de los feligreses decía: “De acuerdo plano oficial del pueblo de Bariloche, solicitamos manzana 36, reservada edificar Iglesia. Autorice posesión”. El vecindario religioso de Bariloche sólo recibió como respuesta el silencio gubernamental.
Paesa comparó a la 36 con la bíblica “manzana de la discordia”, porque finalmente, el ingeniero Pico hizo saber que “no es posible acceder a su pedido, hasta tanto ingeniero no presente mensura”. El profesional se tomaba su tiempo… Sumó el sacerdote historiador: “a este punto de la zarzuela se presenta en escena un personaje llamado Bello. Era Inspector de Tierras y Colonias, y a él acudieron con sus ansias reprimidas el Misionero y las Comisiones. Pero en vano, porque como todas las bellezas suelen ser esquivas, el Sr. Bello no se dignó contestar”.
Lejos del desánimo, “los pobladores patagónicos endurecidos ya en estos aporreos burocráticos porteños, como montañeses de ley, intentaron con una última nota llegar hasta el mismo Sr. Pico… Y finalmente después de tanta tinta y tanto ruido, lograron alcanzar por lo menos un piquito de manzana”, ironizó el autor. Es que la respuesta ministerial dictaminó: “no es posible conceder una manzana construcción Iglesia, puede solicitar un solar manzana 36”. El calendario ya marcaba 18 de enero de 1907, es decir, dos años después de que se pusiera en marcha al anhelo.
Por su parte, Zacarías Genghini dejó constancia de su desaliento: “al llegar a Bariloche me encontré con la triste noticia, que por intromisión de varias personas y por contrariedades del ingeniero nacional que en aquel entonces medía el ejido del pueblo, se había malogrado el proyecto, disuelta la Comisión y por lo tanto no se había dado cumplimento al contrato, quedando las cosas como antes de empezar o peor”.
También legó en sus memorias el comportamiento al menos polémico de un personaje que para algunos sectores, pasa por prócer de Bariloche. “Averiguando las cosas se comprobó que el empresario no obstante estos insalvables obstáculos, mandó cortar la madera para la construcción, y como hay un refrán que dice a río revuelto ganancia de pescadores, el señor, aprovechando las desavenencias subió los precios de tal manera que por el trabajo, corte y transporte de las maderas cobró 3.500 pesos”. Se trataba ni más ni menos que de Primo Capraro. Paesa corrigió a su colega, porque en realidad fueron 4.200 los pesos.
El entuerto finalmente encontró su cauce, según las memorias del cura Zacarías. “Puesto al habla con los Presidentes de las Comisiones y venciendo las dificultades consiguientes, bajo la promesa del Sr. Gerente de la Compañía Chilenoargentina (sic) que proporcionaría desinteresadamente el dinero necesario para la Capilla siempre que se le fuera devolviendo a medida que se cobraran los suscriptores particulares, el 27 de enero de 1907 se bendijo solemnemente la piedra fundamental y se continuaron luego los trabajos hasta su terminación que fue el 25 de agosto de ese mismo año”, estableció. La burocrática génesis del primer templo católico de Bariloche había quedado trabajosamente atrás.