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María y Luis hacen té con amor y con los yuyos de la meseta
Publicada
hace 1 añoel
Desde la ruta 23, a muy pocos metros del puente viejo de Pichileufu, se observan tres invernaderos en el corazón de la estepa. Diez perros ladran y corren hasta la tranquera. En la entrada de una pequeña cabaña un cartel indica “Puente Viejo”.
Diez años atrás, un matrimonio empezó a soñar con desarrollar un emprendimiento de aromáticas, infusiones y yuyos para el mate, pensando en el momento en que llegara la jubilación. Sin embargo, el proyecto que nació en ese paraje del Departamento de Pilcaniyeu, a unos 70 kilómetros de Bariloche, fue cobrando forma de manera vertiginosa.
María Fermina y Luis Fernández comenzaron plantando aromáticas. “Empezamos siguiendo los pasos de nuestros padres. Nené, mi mamá, tenía invernaderos en una casa que está a unos pocos metros y que se quemó hace unos años. A la familia de Luis le gustaba mucho la medicina. Su mamá hacía un yuyito, por ejemplo, cuando te dolía la panza”, comenta María Fermina.
El proyecto nació como un emprendimiento familiar, con aromáticas para cocinar, como albahaca, romero y orégano. Poco a poco, fue extendiéndose y durante la pandemia, con tanto tiempo libre, tomó un impulso inesperado.
En un principio, fue todo por ensayo, a prueba y error. La mujer mezclaba distintos yuyos y los integrantes de la familia probaban. Algunos tenían aceptación; muchos otros eran descartados. Este proceso, admiten, no fue sencillo.
Nené, piedra fundamental del emprendimiento Puente Viejo. Foto: Chino Leiva
Luis exhibe con orgullo cada una de sus plantas. Foto: Chino Leiva
“Había de todo: yuyos para la panza, relajantes. Pero como eran feos, buscábamos darles otro sabor. Así fue que empezamos con las mezclas y armar infusiones”, relata Luis.
Descubrieron, por ejemplo, que la combinación de paico, manzana y canela era ideal como “té digestivo”. La mezcla de hibiscus, frutilla y pimienta rosa funcionaba para refrescarse en verano; mientras que la de menta, almendra, chocolate y vainilla servía para relajarse.
En un viaje a Chile, la familia descubrió, casi por casualidad, que los yuyos solían combinarse con la medicina natural y empezó a interiorizarse un poco más. A la vez, María empezó a estudiar en la Escuela Argentina de Té. Hizo cursos con distintos sommeliers de té y ayurveda.
Luis reconoció que la idea fue “jugar con la medicina ancestral” aprovechando la esencia de las plantas.
“Cuando arrancamos, era hacer básicamente ‘el tecito de la abuela´, el tecito que hace bien, el tecito que se toma después de comer, el del resfrío, o para el dolor de garganta. Nos dimos cuenta que mezclar no es fácil porque, por ejemplo, una planta puede tapar a la otra”, dice y agrega: “todas las infusiones tienen una esencia medicinal: el paico, la manzanilla, el ajenjo. Todas tienen alguna propiedad”.
María Fermina, Luis y Nené que también colabora en el proyecto. Foto: Chino Leiva
El emprendimiento se fue insertando en mercados como Buenos Aires y el Valle. Foto: Chino Leiva
Un coqueto local en la entrada del predio. Foto: Chino Leiva
En este momento, la familia Fernández ofrece diez infusiones aunque aclaran que no emplean té negro, ni verde. Son naturales.
Poco después, la gente empezó a pedirles yuyos para la yerba mate. También probaron varias mezclas que dieron buenos resultados, como el burrito y cedrón; la melisa, coco y cardo o, manzanilla, rosa, miel y vainilla. Hoy, la que más seduce es la combinación de manzanillas, rosas, miel y vainilla.
En una recorrida por la huerta, Luis muestra sus plantas e incluso, arranca algún gajito e invita a olerlo con satisfacción. Boldo, curry, tomillo, tomillo alimonado, ruibarbo, lavanda, sertal, melisa, menta roja, menta del río, salvia, burrito, romero, lechuga, paico de hoja ancha, frambuesa blanca, menta peperina, ciboulet. La lista es amplísima.
“En el invernadero, tenemos las plantas madre porque si te las agarra el invierno, te las mata. Hace unos años, agregamos cinco colmenas para que las abejas colaboren con la polinización. Tengo vid también y le rezo para que crezca”, comenta risueño Luis.
A unos metros de los invernaderos, en varios corrales, hay conejos, patos, gallinas y pavos reales. Luis asegura que “las gallinas ponen huevos, pero todos los animales tienen algún fin. Están por algo”.
Luis Fernández nació en Pilcaniyeu. Foto: Chino Leiva
En varios corrales, hay conejos, patos, gallinas y pavos reales. Foto: Chino Leiva
Un coqueto local en la entrada del predio. Foto: Chino Leiva
El emprendimiento se fue insertando en mercados como Buenos Aires y el Valle. Foto: Chino Leiva
La pareja comenzó vendiendo aromáticas en el Mercado de la Estepa de Dina Huapi. Fueron sumando las infusiones, los yuyos en bolsitas, como la carqueja o el ajenjo, y las mezclas para la yerba. Poco después, llegó la venta online que facilitó la inserción en mercados como Buenos Aires, de donde reciben gran cantidad de pedidos para regalos empresariales.
“¿Cómo despegamos? Los que conocen la idiosincracia del campo saben que vos venís a mi casa y si me sobra orégano o lechuga o lavanda, te las regalo. Todo esto empezó por ahí“, sostiene Luis.
Advierten que la producción es pequeña y todo el proceso es artesanal. A pulmón. En primer lugar, se cosecha, la materia prima se seca en un galpón de madera, luego se limpia, se procede a hacer la mezcla y se macera en unos frascos. Por último, se embolsa.
“No tenemos un volumen de producción. Ni siquiera lo calculamos. Vamos haciendo y siempre tenemos en stock”, subraya María Fermina.
Juan Cruz, de 19 años, asiste a sus padres a la hora de cosechar, secar y embolsar. Foto: Chino Leiva
Juan Cruz, de 19 años, asiste a sus padres a la hora de cosechar, secar y embolsar. Foto: Chino Leiva
María Fermina nació en Bariloche, pero su familia es de Pichileufu. “Somos quinta generación”, dice orgullosa.
Luis, en cambio, es oriundo de Pilcaniyeu. “Soy adoptado por una familia de campo. Mi vieja tenía una huerta y el único jardín de Pilca. Me crié con eso. Cuando se moría alguien, iban a buscar flores a mi casa”, recuerda.
Se conocieron hace 28 años y tuvieron dos hijos (Juan Cruz y Michay) que también colaboran con el emprendimiento.
Tanto María Fermina como Luis son docentes. Ella trabaja doble turno; él, solo por la mañana. Por las tardes, se dedica a cuidar las plantas, a cosechar y secar. Juan Cruz, el hijo de la pareja, de 19 años, ayuda con todas las tareas.
En su tiempo libre, María se dedica a envasar, con la ayuda de su madre Nené. “Le dedico un rato. Pero a veces, no nos da el cuerpo para todo”, reconoce.
Luis advierte que la tarea se disfruta en gran medida. “En el campo siempre tenés que estar ocupado. Es algo cultural. No lo sufrís. Sufro si se me muere alguna planta”, admite.
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