Sociedad
Memorias de la Patagonia rural: Raúl Mena
Publicada
hace 2 semanasel
Nació en La Lipela, vivió algunos años en Cuyin Manzano y la vida lo llevó a Villa La Angostura durante muchos años, pero siempre supo que una vez jubilado, volvería al campo. Hoy, cuida un lugar en el que vivió junto a su familia siendo chico.
27/04/2025 09:20 Hs.
Raúl Mena vive en un campo en el que trabaja como cuidador y donde también trabajó su padre. Fotos: Marcelo Mena.
El otoño delata la población donde vive Raúl Mena. La alameda amarilla funciona como señal de que allí, vive alguien. Una marca roja en un árbol, lo confirma. Pero la casa no se ve desde la ruta 40. Entramos despacito, como no queriendo molestar. Golpeé las manos desde la tranquera y después de un rato, lo vimos salir, con botas, bombacha y camisa. Lo encontramos recién llegado de Angostura, y su faja colorada con un sombrero de copa redonda, da muestra que estaba “en el pueblo”.
Para llegar a su casa, bordeamos un arroyito donde algunos gansos marcan presencia. Las ovejas y algunas chivas, andan un poco más allá, en un terreno verde, con muchos árboles, que parece seguir de largo hasta el lago, en el brazo Huemul.
La casa antigua, donde vivió su padre y al lado, la nueva vivienda del campo. Foto: Marcelo Martínez.
Un fogón y una cocina a leña abrigan la casa que en invierno, siente el frío intenso de estar al lado del lago. En la cocina, una olla y tres pavas mantienen el agua caliente. Cuando no hay gas, ni otra cosa que el fuego, la previsión vale no doble, sino triple.
Raúl prepara unos mates amargos y charla. Recuerda su vida, su infancia, su juventud. Recuerda cuando llegó a ese lugar, hace varias décadas ya, junto a su padre. Recuerda que se fueron años después y por esas vueltas de la vida, él volvió como cuidador de un campo que cambió de dueños, pero no de belleza.
Como toda persona nacida y criada en el campo, Raúl dice que por más que vivió muchos años en Villa La Angostura, en su cabeza siempre tuvo el pensamiento de volver a la vida rural y eso hizo apenas se jubiló, después de veintitantos años como trabajador en el municipio.
Raúl prepara unos mates amargos al lado de su cocina a leña. Foto: Marcelo Martínez.
Pero no nació allí. El primer grito en esta tierra, lo dio un 11 de julio de 1957 en La Lipela, “por el arroyo Carbón, pa’rriba”, dice, donde se habían asentado sus padres, Fermín Mena y Corina González y ahí, rapidito, cuenta que en realidad, se crió del otro lado de esos cerros, en Cuyín Manzano y que su vida la vivió junto a su padrastro, Polo Damas.
“Estuve hasta los 11 años en Cuyín”, cuenta, mate en mano, sin quedarse mucho sentado. Le pone un palo de leña a la cocina, mueve las hornallas, acomoda la pava. Lo repite, una y otra vez.
De sus años por ese paraje neuquino, recuerda haber pasado por la escuela primaria 11, “pero era la escuela vieja, no tenía nada de lo que hay ahora, era de mader y techo de tejuelas”, detalla.
Una batería y una pequeña radio con la que escucha, religiosamente, el “social” de Radio Nacional. Foto: Marcelo Martínez.
Cuando era todavía un niño, a su padrastro le surgió una posibilidad de trabajo con la empresa que tenía a su cargo la obra de la ruta 237. Promediaba la década del ‘60 cuando se instalaron por la zona de Collon Cura. Allí, recuerda, “changueó” en lo que encontraba. “Antes empezabas a trabajar de chiquito”, recuerda.
Años después, la empresa se trasladó a Fortín Chacabuco y Raúl junto a su familia, llegaron a lo que él llama “la punta del lago”, donde está la comunidad Quintriqueo, a pocos kilómetros de donde ahora, en una fría mañana de otoño, ceba mates y mira por la ventana.
Todavía tiene grabadas como fotografías, las imágenes de aquellos años, de aquellos paisajes, de la ruta sin asfalto, de la vida sin tanto trajín, de los campos y los inviernos crudos, nevadores, fríos.
Raúl afirma convencido, que no cambiaría la vida de campo por nada. Foto: Marcelo Martínez.
Los dueños de la empresa Robles, que realizaban el pavimento de la ruta 237, compraron el campo donde está ahora y le ofrecieron a su padre, que fuera el cuidador del lugar. Allí vivieron largos años, y su padre muchos más. “Estuvo como 20 años acá, después se fue a trabajar a Angostura y se jubiló allá”, recuerda al hablar de su padre de crianza, al que él directamente llama “mi viejo”. Poco después de jubilarse, “Polo” falleció de cáncer.
Pero yendo nuevamente a los años pasados, Rául recuerda que trabajó en distintos campos, como peón en estancias y siempre estuvo ligado a la vida rural. A los 19 años, entró en la Municipalidad de Villa La Angostura, “una época en la que se trabajaba duro, todo a pala, nada de máquinas”, acota.
“Uno se crió como era antes. Si es verde, es verde, no me gusta andar con vueltas”, dice sobre sus años trabajando en el ámbito público. Su objetivo, fue siempre volver al campo, tener algunos animales, vivir sin ruidos, sin mayor gente alrededor.
Su vida en el “pueblo” transcurrió en el popular barrio El Mallín de Villa La Angostura, donde recuerda haber hecho a pura pala, algunos de los canales por los que corre el agua que caractiza al terreno de aquel barrio.
“¿Cómo es un día de tu vida acá?”, le pregunto y dice con calma, “bueno, uno se levanta temprano, se hace el fuego y salís a ver a las aves, vas a ver a los animales…siempre hay cosas para hacer”.
El paisaje que rodea la vivienda de Raúl. Foto: Marcelo Martínez.
“Se lucha mucho en la vida. No es fácil”, reflexiona, parado a la orilla de la cocina. Raúl ama la vida de campo, pero eso no significa que sea sencilla, ni para él, ni para ningún poblador que le da pelea a una realidad totalmente distinta a la que vivimos en las ciudades, donde tenemos servicios, comercios y otras comodidades.
A pesar de esto, Raúl destaca que ahora es más sencillo todo. “Podés ir al pueblo a comprar mercadería y vas y volves en el día. Hay colectivos a cada rato. Antes no era así, aunque también nos conocíamos todos y si hacíamos dedo, siempre alguno te levantaba. Ahora la gente desconfía y anda tanto turismo que no te llevan”.
“La vida de campo es fácil para el que nunca la hizo”, dice con una risa y recuerda las épocas pasadas. “Antes se sufría más todavía. Era todo a lomo de caballo, todo era lejos. Si te quedabas sin mercadería, no quedaba otra que aguantar no más”.
Raúl tiene una hija y tres nietos, aunque cuenta que su hija no se crió con él. Desde que llegó al campo, siempre vivió solo, hasta hace unos meses, cuando “el Córdoba”, como él lo llama, llegó por un par de días mientras viajaba por la Patagonia, y se quedó allí. “Está bueno tener con quien charlar”, confiesa.
Tiene un par de caballos que hacen las veces de vehículo, pero también, de compañeros. “Los autos nunca me interesaron, pero el caballo tiene que estar, aunque sea pa’ verlo comer afuera de la casa no más”.
Trabajó como peón en distintos campos y siendo muy joven, entró a trabajar a la Municipalidad de Villa La Angostura. Foto: Marcelo Martínez.
Allí, en ese campo y solo, pasó la pandemia. “Estuve dos meses sin ver a nadie, pero nadie eh”. Fue a través de Radio Nacional que se enteró de la pandemia y el aislamiento. “Yo volvía de recorrer por allá arriba y escuché eso y dije ‘acá la embarramos en serio’”. De esa época, que parece tan lejana pero de la que recién pasaron cinco años, recuerda que el guardaparques le llevaba mercadería y se la dejaba en la tranquera, para mantener el distanciamiento social. Pero un día, ya cansado y sabiendo que tenía que cobrar su jubilación, ensilló el caballo y salió rumbo a Villa La Angostura. Todo lo rememora a modo de anécdota divertida, con una sonrisa.
En el campo, no hay electricidad ni pantallas solares, aunque es el proyecto a futuro. Tampoco gas ni agua corriente dentro de la casa. Se alumbran con una pequeña luz de emergencia y el único medio de comunicación, como en cualquier casa de campo, es la radio. “Escucho siempre el social, no mucho más por las pilas, pero el social siempre se escucha por cualquier cosa que uno se entere”, afirma.
“¿Cambiarías la vida de campo?”, le pregunto al final de la charla y sin dudarlo un segundo, dice “Nooo, nunca. Yo no me hallo en el pueblo. Es difícil vivir en el campo, pero yo la ‘peludeo’, no le aflojé ni le voy a aflojar hasta que ya no sirva más”. (ANB)
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