El otro día, una persona me contaba sus largas noches de insomnio preocupada por muchas cuestiones, de las cuales ni una sola dependía de ella. En la misma semana, una mujer me relataba los problemas de comunicación que tenía con su pareja y que no lograba tener una escucha atenta y comprometida.
Zindel Segal, psicólogo y especialista en la terapia comportamental basada en mindfulness, considera que la atención plena significa ser capaces de ser conscientes de manera directa y de corazón, de lo que hacemos mientras lo hacemos. Es decir, sintonizar con lo que sucede en nuestra mente y en nuestro cuerpo, y con el mundo exterior, en cada momento.
Estar presente no es otra cosa que apreciar y vivenciar lo que estamos haciendo en el preciso momento en el que lo hacemos. Cualquier situación es buena para aprender a estar en ella, presentes, con toda nuestra atención y sentidos puestos ahí.
Una de las principales causas que nos impide estar presentes es nuestra reacción ante la infelicidad. Aunque nos cueste aceptarla, ella es parte de la condición humana normal. A pesar de que no hablemos de ella o intentemos evitarla, es parte de nuestra vida. El asunto, es ¿qué hacer cuando aparece? Muchos de nosotros no dejamos que las cosas sigan su curso natural: cuando nos sentimos tristes o infelices, sentimos que tenemos que hacer algo, aun cuando simplemente se trata de comprender qué está pasando. Paradójicamente John Teasdale, destacado investigador de la Universidad de Oxford y luego en Ciencias del Cerebro en Cambridge, sostiene que son los propios intentos de eliminar estos sentimientos de infelicidad no deseados los que nos mantienen atrapados en una infelicidad mayor. Es decir, nuestras reacciones ante la infelicidad pueden transformar lo que de otro modo sería una tristeza breve y pasajera en una insatisfacción e infelicidad permanente.
La buena noticia, que aquí quiero traerles es que podemos romper el círculo vicioso que se establece entre los estados de ánimo y los pensamientos. Para ser eficaz con nuestra mente los invito a comparar tres ideas:
Primero:
¿Dónde estás? (el estado presente).
Segundo:
¿Dónde querés estar? (objetivo o resultados deseados).
Tercero:
¿Dónde no querés estar? (el resultado que se quiere evitar).
Este ejercicio nos permitirá ver hasta qué punto el presente concuerda con nuestro objetivo y se diferencia de lo que queremos evitar. Saber si la distancia entre una cosa u otra aumenta o disminuye permite dirigir nuestro cuerpo y nuestra mente en la dirección correcta.
Sintonizar con lo que sucede, nos permitirá ser más empáticos y compasivos con nosotros mismos. Permitiéndonos esto, podremos despojarnos de esa mochila que muchas veces cargamos para verdaderamente escuchar al otro y no perdernos la oportunidad que el presente nos está regalando.
Wenceslao Gómez Caride – Consultor y especialista en desarrollo humano
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