La Iglesia se prepara para un histórico cónclave que definirá un sucesor.
Pocas horas han pasado desde que San Pedro acogió a miles de fieles en el funeral del papa Francisco, un evento de proporciones históricas que marcó el fin de una era y el inicio de una etapa de incertidumbre en el Vaticano. Con la despedida aún reverberando en las mentes de millones de católicos, la atención ahora se centra en el trascendental acontecimiento que definirá el futuro de la Iglesia: la elección de un nuevo sucesor para el papa Jorge Bergoglio.
El momento exige paciencia, pues el nuevo cónclave no tendrá lugar hasta el próximo domingo 4 de mayo como mínimo. Este período de espera está decidido por el tradicional luto de nueve días que sigue a la sepultura de un papa, una tradición que data de hace siglos y que ofrece un espacio de reflexión tanto a los líderes de la Iglesia como a sus fieles.
Dentro de este contexto, el Vaticano se sumerge en los “novendiales”, ese tiempo de duelo profundo y misas cotidianas que invitan a la meditación, no solo sobre la pérdida del pontífice, sino también sobre el futuro rumbo de la Iglesia católica. Cada día, las misas sirven como una ceremonia de recuerdo y sanación, una necesidad para reunir fuerza antes del importante proceso de selección.
Paralelamente, las bodas políticas de la Iglesia no cesan. En las “congregaciones generales”, las reuniones diarias de cardenales, el análisis y el intercambio de ideas se han encontrado con una cadencia más urgente. Aquí, las alianzas comienzan a formarse, y las candidaturas se perfilan en advertencia de que una elección papal es, ante todo, una cuestión de consensos. Un balance cuidadosamente forjado entre tradición y necesidad de renovación hará emerger al nuevo líder de una selección de hombres considerados para este gran honor.
