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Cultura y Educación

Vinos del Rhin, champán de Francia y wiski escocés en el Bariloche de antaño

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La lógica comercial del 1900 hacía que fuera fácil obtener prestigiosos productos europeos en los pocos comercios del viejo San Carlos. Para ciertos paladares, era “una gloria”.

Llegaban cotizados productos por el madero-carril de Puerto Blest. Foto: Historias de Bariloche y la Patagonia (FB).

Cuando Bariloche era simplemente San Carlos algunos paladares estaban de parabienes. Se podían adquirir en los pocos comercios del pueblo “vinos del Rhin, champagnes y cognacs de Francia” y “whisky de Escocia”, además de “pisco de Chile”. La panzada etílica era posible porque bastante antes de José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo o de Luis Caputo, las orillas del Nahuel Huapi estaban conectadas con un gran puerto de ultramar y de impuestos aduaneros, ni noticias.

Al menos, es la semblanza que legó Manuel Porcel de Peralta en “Biografía del Nahuel Huapi” (Marymar – 1969), libro que se editó por primera vez en 1958 y agotó al menos tres tiradas. En referencia a Wiederhold, apuntó el autor que “este simpático don Carlos, decidido y audaz no viene en 1895 por el seno de Reloncaví y Ralún, remontando la cordillera por las huellas de Flores de León y de Mascardi. Tampoco viene por Cochamó, Río Manso, Carü-lafquen (itálica en el original): Lago verde nuevo (Lago Mascardi), ni bajará por los márgenes del Ñire-co: Agua de ñire (Paso de los Vuriloches). Viene en cambio, siguiendo la ruta descubierta por la misión exploradora de Pérez Rosales, cuyo nombre lleva el boquete de la Cordillera frente a Laguna Frías, contorneando el Tronador. Es un itinerario idílico, de cuento de hadas”, establece su texto.

En verdad, tanto el conquistador español como el sacerdote llegaron al Nahuel Huapi precisamente por el actual paso Pérez Rosales y el Karülafken es el Gutiérrez, no el Mascardi, pero concedamos que quizá, 70 años atrás, no se podía acceder a la documentación y a los estudios que están disponibles en el presente. Sigue Porcel de Peralta: “Don Carlos viene acompañado de Antonio Millaqueo, cuyo nombre se perpetuará en un cerro. Personalmente dirige la fabricación de su casa (actualmente Rinconcito de Arte). Se construye siguiendo el tipo clásico de Puerto Varas, Montt y Osorno”, observó el autor.

La búsqueda de rentabilidad no se fijaba en chiquitas. Foto: Historias de Bariloche y la Patagonia (FB).

Aquella construcción “tiene la coquetona gracia de sus techos empinados, puntiagudos, cuyas tejas de alerce aparentan una llamarada rojiza sobre la maraña verde-parduzca del faldeo”. Momentos después, “siguiéndole los pasos a don Carlos, y en cuanto está instalado, comienzan a llegar, procedentes ‘del otro lado’, sus amigos y paisanos, los primeros pobladores que van provocando la curiosidad de los aborígenes mansos, entregados, que observan con interés el quehacer afiebrado de los forasteros”, consideró el investigador.

Vino a lomo de mula

Allí arrancó la historia mercantil capitalista de Bariloche. “En tales momentos van a comenzar los primeros negocios. Ya no habrá necesidad de hacer jornadas de meses, en carro, a Puerto Madryn -puerto libre-, a cambiar los frutos: cueros, lanas, plumas y quillangos, empleando más de dos meses en la vuelta redonda. Tampoco será indispensable ir con las mulas cargueras a Villarrica, por Aluminé, viajes que se hacen, regularmente, dos veces al año para traer ‘los vicios’ y los artículos que comienzan a incorporarse al consumo de la gente de los campos: estancias, puestos, boliches y proveedurías”.

En el contexto de la época, por vicios habría que entender yerba, tabaco y azúcar, aunque es más probable que para la infusión argentina por excelencia, su materia prima proviniera de otros orígenes. Para Porcel de Peralta, “un soplo civilizador impone nuevas modas. Hasta los troperos usan bombachas, chambergos, pañuelos de seda cruda, botas de potro y ponchos de Castilla. Los boliches y pulperías comienzan a convertirse en casas de modas”, ironiza el relato.

No se podía cruzar en cualquier momento. “Estos viajes de trueque se hacían antes y después de las crecidas de los ríos y los arroyos. El vino se traía de Chile, cargando las mulas con dos toneles de 50 litros. Las (máquinas de coser) Singer, que hasta ayer eran el orgullo de la gente de la ciudad, llegan a principio de siglo en el lomo de las mulas mansas de algunas familias pudientes, y en menos que canta un gallo transformaban el ajuar de los dueños de casa y de los amigos y vecinos”. Insistimos en que Porcel de Peralta publicó por vez primera su contribución al filo de la década de 1960.

Años después de la llegada de Wiederhold, “por el milagro del sueño de los mercaderes se hará una línea que comienza en San Carlos y termina en Hamburgo, con escalas en Blest, Frías, Peulla, Petrohue y Puerto Montt. Es cuando sienta sus reales la Chile-Argentina”. Como ya hablamos recientemente varias veces de aquella empresa, saltearemos algunos párrafos. No obstante, observó el autor que “en sus campos, los mejores de la zona, criará ganado que se comprará a los contrabandistas, que se cazará en las tropillas alzadas de baguales y cimarrones, o que se logre en trueque por artículos manufacturados recién llegados de Hamburgo”.

Gracias a ese corredor, “ahora se conocerá la cuchillería Sölingen y Arbolito, cuyos puñales son el orgullo de los troperos; y comienzan a aparecer las primeras lámparas y faroles a querosén que van a reemplazar al candil con aceite y a las velas de sebo”. En ese contexto, “los negocios prosperan. Es menester, sin embargo, estudiar las formas de abaratar el costo de manipuleo de las cargas, que con tantas escalas entre San Carlos y Montt, encarecen demasiado”.

Madero carril

Es una historia que abordó El Cordillerano no hace mucho. “En un momento se entrevé como posible eliminar la escala de Puerto Alegre y Frías, construyendo un cable carril que partiendo de Blest, deposite las cargas al otro lado del filo de la cordillera. Y como en la época las cosas se piensan y se hacen, ya están en Blest talando el bosque, abriendo la picada por dónde se deslizarán fardos y cajones movidos como por arte de magia”.

Sin embargo, y como ya saben lectores persistentes de este medio, “cuando ya están construidas las primeras torres, se suspenden los trabajos. La ‘compañía’ pasa por trances difíciles, y la obra tan empeñosamente realizada queda trunca. El sueño se convierte en pesadilla. Como recuerdo, la picada cubierta de renuevos es una avenida esmeralda trepando la ladera”, describe el relato.

Los planes no se abandonaron, se reformularon, porque “hay que salvar a todo trance las dificultades que entre Blest y Puerto Alegre significan los aguazales: Mallin-Menucos. Y se construye un madero carril. Se hace un tendido de traviesas por la huella que usaban los carros tirados por bueyes, y sobre ellas se instalan tirantes a manera de rieles, sobre los que rodarán las plataformas que suplantarán a los carros, aunque también serán tiradas por la misma recua de bueyes”.

Esa infraestructura hace que “San Carlos -como se la llama entonces- es puerto internacional. Por él entran y salen artículos. Salen en forma de materias primas y vuelven manufacturados. Es una gloria: vinos del Rhin, champagnes y cognacs de Francia, whisky de Escocia, pisco de Chile, y a veces, algún artículo argentino ordinario y caro”, según la valoración del autor. Menos mal que por entonces, todavía no hacían falta los controles de alcoholemia…

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